Compostaje

Los residuos

La sociedad humana se distingue del resto de comunidades animales por dos actividades propias: el consumo de energía extrasomática y la generación de residuos, entendidos como materiales de rechazo y no útiles. En las últimas décadas, el incremento de materiales sintéticos elaborados con elementos extraños a la naturaleza ha complicado la llamada «gestión de residuos». El año 2002 en Catalunya se produjeron 3.713 millones de toneladas de residuos municipales, de los cuales sólo un 20% (740.428 toneladas) fue recogido de manera selectiva.

Ciclo del compost

Una sociedad humana consciente de su lugar en la naturaleza atendería el ciclo de cultivar-comer-excretar-compostar-cultivar. La vida en el campo aplicaba parte de este ciclo, con lo cual aquello que llamaríamos residuos o basura se acababa convirtiendo mayoritariamente en restos orgánicos. En el ciclo ideal, incluso los excrementos humanos constituirían un material para tratar y retornar al suelo, y mejorar así su fertilidad.

La vida urbana no responde a este ciclo, y de ahí su impacto contaminante sobre el ambiente. Hay residuos orgánicos de origen natural que pueden convertirse en abono, pero también los hay sintetizados por el hombre los cuales no se degradan tan fácilmente. De muchos de los residuos inorgánicos podemos reaprovechar alguna de las materias primas de que se componen.

Nuestra vida cotidiana genera entre un 40 y un 50 % de residuos orgánicos que se pueden reciclar fácilmente compostándolos. La fracción orgánica de los desechos municipales de Catalunya el año 2001 era el 38 % del peso total. Sin embargo, el porcentaje medio recogido de manera selectiva, en las comarcas y municipios donde se ha implantado, no superaba el 3,18 %. Hay que destacar, sin embargo, municipios ejemplares como el de Torrelles de Llobregat, con una tasa de recogida del 46,75 %, o Castellbisbal, con un 41,42 %.

La pérdida de fertilidad de la tierra

Una visión del consumo basada en la falta de responsabilidad respecto al entorno ha creado una sociedad derrochadora de materias primas. Explotar las materias primas se ha convertido en una actividad lucrativa en todo el planeta, que ha dejado a un lado toda actividad de recuperación, reutilización o reciclaje de los materiales que se tornan obsoletos o inservibles.

El concepto moderno de residuo no es otra cosa que la suma de los productos excretados por la sociedad de consumo. Por razones macroeconómicas, estos productos se tratan mayoritariamente depositándolos o acumulándolos en espacios aislados que llamamos vertederos. En algunos casos, previamente son incinerados para reducir su volumen y reducir la ocupación de territorio.

Los residuos generan dos variables claramente perceptibles por la población: malos olores y alteración del paisaje. Por ello, la gestión de residuos se ha convertido en una fuente de conflicto social y ya ha desarrollado síndromes como el efecto nimby (not in my back yard: no en mi patio trasero). La palabra residuo se ha convertido en un término negativo y amenazador para qualquier persona o grupo social.

Y, sin embargo, los catalanes (datos del año 2002) cada día generamos alrededor de 1,62 kg por persona de material de desecho que sacamos de casa para que desaparezca de nuestra vista. Además, se añadiría un quilo más diario en forma de excrementos que enviamos a través del wáter a contaminar las aguas (que después debemos depurar generando un importante gasto energético).

El problema ambiental del tratamiento de residuos

Últimamente, se ha hecho un esfuerzo para vaciar de contenido negativo el término residuo, puesto que este sería un estado intermedio entre una materia prima y un material de desecho. En otras palabras, un residuo es algo que deja de ser útil para el propietario del material o el objeto, pero que potencialmente conserva propiedades para ser incorporado nuevamente al ciclo productivo.

Para que un material residual se pueda reciclar hay que aplicarle energía o someterlo a procesos de regeneración. En cambio, un desecho sería realmente un elemento que ha perdido toda posibilidad de ser reincorporado al ciclo productivo, es decir, es aquella fracción del residuo que no tiene ningún valor y del que no podemos obtener, por ahora, ningún provecho.

En realidad, en una sociedad consciente de la importancia del ciclo de la materia y de que la naturaleza no contiene un almacén infinito de recursos, los materiales de desecho final habrían de ser mínimos. De hecho, según diversos estudios, el 95 % de los residuos generados deben tener valor.

Una sociedad sana es aquella en la que el desecho se ha reducido al máximo y en la que una parte de la energía se invierte en evitar que los materiales se conviertan en un elemento que contamine. Por eso es necesario que se retrase al máximo su deterioro final y se exija la recogida selectiva. El equilibrio entre el impacto de un material de desecho en el medio y el proceso tecnológico para alargar su vida útil es un aspecto clave y que identifica una sociedad ambientalmente avanzada.

Inevitablemente, la gestión ambiental del desecho exige una participación activa de la población para reagrupar los bienes de consumo inservibles que han sido desperdigados por el comercio. El término recogida selectiva se ha convertido en un concepto básico para ilustrar la necesidad de participación en una gestión ambiental de los residuos. Entendemos por recogida selectiva la actividad de escoger desde el hogar, el comercio, la oficina, la escuela, etc., los elementos de desecho para que puedan ser reciclados, es decir, convertidos en nuevos usos.

La recogida selectiva es esencial en un modelo de sociedad basado en la minimización de sus residuos. Sin embargo, la sociedad ecológica ideal fomentaría los servicios y no los objetos en si mismos. En una economía ecológica se potencia el alquiler de servicios y el precio de los productos refleja todos los aspectos de su ciclo para facilitar el trata-miento ambiental más adecuado al final de su vida útil.

Fuente: Manual de compostaje de la Fundación Terra.