Derecho a la igualda

El principio de todo documento es muy importante pues marca la pauta del resto. Por ello debe llamar la atención el artículo 10 de la Declaración Universal de Los Derechos Humanos:

Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad, derechos y dotados como están de razón, deben comportarse fraternalmente unos con otros.

Libertad, igualdad y fraternidad, estandarte de la Revolución Francesa y motivo para afirmar con Octavio Paz que: en donde ha habido igualdad ha sido a costa de la libertad y la fraternidad, donde no se vive la libertad no existe fraternidad ni igualdad.

Sin menospreciar algún valor de esta triada, la posibilidad de hablar de igualdad es lo que fundamenta el discurso sobre los Derechos Humanos.

Ya sea porque se entienda como una conquista histórica, porque es parte consustancial a la naturaleza humana o una síntesis de ambas concepciones, la igualdad basada en la dignidad humana común origina los derechos a la justicia social, a la libertad de expresión ya la alimentación, como aspiraciones para todos y todas, sin exclusión alguna por motivo de diferencias de raza, sexo, estado civil, color de piel, religión o inclinación política.

A lo largo de la historia se ha justificado la dominación y la explotación, cuando se confunden la diferencia y la desigualdad.

Todos somos distintos; incluso hay ciertas diferencias que toleramos más que otras. Vemos como habitual los distintos colores de los ojos y a nadie se le ocurriría decir que los de ojos cafés son mejores para gobernar que los de ojos claros.

Sin embargo, los creadores del concepto de la democracia consideraban como legal la ciudadanía sólo para los propios griegos, estatus que no compartían con esclavos ni con extranjeros. Mismo razonamiento seguido para señalar el color de la piel como factor de superioridad de la raza blanca contra los seres humanos de piel obscura. O justificar la necesidad de la dominación masculina con el prejuicio de haber sido dotados genéticamente de mayor inteligencia y don de mando que las mujeres.

Las diferencias no originan necesariamente desigualdades sociales; así las hemos hecho coincidir los seres humanos. Lo que sucede es que quién dicta los patrones de normalidad y en ese sentido decide quién es el sujeto de derechos, proyecta sus propias características y conforme a sus intereses señala quiénes caben dentro del concepto de igualdad imperante. Dentro de esta corriente unos más iguales que otros.

Una de las afirmaciones más importantes contenidas en la Declaración Universal de los Derechos Humanos es la igualdad básica de los seres humanos como principio y como aspiración. Si todos somos iguales en dignidad, característica inagotable y estimulante de la acción humana, no tiene fundamento alguno el hambre, la miseria o la tortura.

O mejor dicho en el verso: «voy con las riendas tensas y refrenando el vuelo porque no es lo que importa llegar solos ni pronto, sino con todos y a tiempo»; y podríamos preguntarle al poeta español. ¿por qué debe de ser así, León Felipe?, y de seguro nos respondería: porque todos somos iguales y tenemos los mismos derechos.