El Juicio ético de la conciencia

El hombre tiene la tendencia a hacer de la realidad, ideas y de las ideas, realidad; lo cual es el dinamismo natural del ser racional, que quiere entender, interpretar y afirmar la realidad. En todos los hombre se da la orientación a captar la realidad y a obrar lo más conforme a ella. La realidad captada, entendida y valorada se convierte en la medida y norma de la acción.

El hombre aplica los principios éticos a partir de sus ideas, de sus realidades o necesidades, y de su cultura. Ese horizonte es histórico, de ahí que no todos los hombres consideran las mismas cosas como mandadas o prohibidas.

En sus actos conscientes la persona se experimenta como idéntica a sí misma. Y sin embargo, vive las exigencias de su conciencia con tanta intensidad como si fuera distinta de ella. De ahí surge una tensión. La conciencia revela al hombre lo que es, lo que ya ha logrado, y lo que le queda por hacer; expresa la tensión que se da entre el ser del hombre y su deber ser; entre el ser y el modo de ser. La conciencia es la fuente de la responsabilidad.

Y como se experimenta frecuentemente como un llamado externo o como un reproche sobre nosotros mismos, fácilmente se personaliza o se identifica con una fuerza superior. Por su percepción consciente el hombre capta que se puede trascender a sí mismo, que su yo es realidad y proyecto, que la realidad y la práctica pueden corregir sus juicios y que la contradicción que se da en su interior se supera en el proceso de sus decisiones.

El hombre experimenta su conciencia de forma dinámica porque le revela su identidad, él es el mismo, es “tal” y único, después porque se trasciende, al saberse más él mismo cuanto más se identifique con el bien, con la verdad, con los demás. (García de Alba, Juan Manuel: Ética Profesional, Págs. 119-120)