Buen profesor versus mal profesor

Un profesor es una persona que enseña una determinada ciencia o arte. Deben poseer habilidades pedagógicas para ser agentes efectivos del proceso de aprendizaje. El profesor, por tanto, parte de la base de que es la enseñanzasu dedicación y profesión fundamental y que sus habilidades consisten en enseñar la materia de estudio de la mejor manera posible para el alumno.

El buen profesor 

El buen profesor tiene vocación de maestro: ayuda a sus estudiantes a crecer personal y profesionalmente. Es una persona mental y profesionalmente madura: es cálida, honesta, abierta; respeta a sus estudiantes, se interesa por ellos y disfruta de la interrelación profesor-estudiante. Sirve de modelo a sus estudiantes en cuanto a su comportamiento como profesor, como profesional y como ciudadano.

Es un profesional que domina su área. Se mantiene actualizado. Tiene conciencia de la responsabilidad de su profesión. Merece respeto por la capacidad profesional que muestra tanto dentro como fuera del aula. Presta su aportación a la creación de nuevos conocimientos, al desarrollo cultural y a la adaptación de tecnología. Contribuye con el crecimiento y mejoramiento de su Unidad Académica, de la Universidad y de la comunidad.

Decálogo del mal profesor. 

1.- Nunca comuniques a tus alumnos los objetivos de la asignatura si es que alguna vez los has pensado. Los alumnos podrían llegar a darse cuenta de que la asignatura es inútil.

2.- La información es una fuente de poder. Si no quieres perderlo manténte siempre en una cierta ambigüedad. No des normas claras, ni mucho menos digas qué y cómo vas a evaluar, te expones a perder autoridad o a que tus alumnos dejen de venir a clase (¿para qué iban a hacerlo?). Cuanto menos te definas estarás más a salvo de críticas.

3.- Empéñate en explicar toda la asignatura en tiempo de clase; puedes dar por supuesto que tus alumnos no saben leer. Además si no te pasas toda la clase explicando, tus alumnos podrían llegar darse cuenta de que no sabes hacer otra cosa.

4.- Convierte tus clases en clases de dictado. Cuanto más copien tus alumnos, mejor, y cuanto más deprisa, mejor todavía; así no habrá tiempo para preguntas inútiles o incómodas. Además si las cosas van mal, se deberá siempre a los malos apuntes, no a tus malas explicaciones.

5.- Evalúa solamente al final del curso o con pocos exámenes parciales, o por lo menos, y esto es lo realmente importante, con muy pocas preguntas. A la emoción del examen añadirás la emoción de la lotería. Y ya sabemos todos que el que no sabe una o dos preguntas no puede saber ninguna otra.

6.- No se te ocurra evaluar con frecuencia a lo largo del curso, aunque sea de una manera más sencilla e informal, porque los alumnos podrían enterarse de lo que saben, de lo que no saben y de lo que deberían saber. Si esto llega a ocurrir, te expones a tener que aprobar a todos al final, y sufriría tu prestigio de mantenedor de un alto nivel de exigencia.

7.- No caigas en la tentación de guardar artículos de periódicos o revistas que tengan que ver con tu asignatura, y mucho menos se te ocurra llevarlos a clase. Mantén el prestigio de la ciencia pura.

8.- Nunca confíes en la motivación de tus alumnos ni en su capacidad de aportar algo que merezca la pena. Si se han embarcado en una carrera de cinco años es porque no tienen otra cosa mejor que hacer. Y si se trata de niños, lo mismo pero peor.

9.- Convéncete de que somos pobrísimos y de que la escasez de medios nos impide hacer las cosas mejor. Ciclostilar unos apuntes o un simple guión sale carísimo. Si en tu centro o facultad hay posibilidad de utilizar transparencias u otros cachivaches, no lo hagas; esos juguetes infantilizan la clase.

10.- Cuando no puedas echar la culpa a los alumnos de lo mal que van las cosas, échasela a la estructura. Si tienes algún cargo, échasela a los subordinados: no les comentes nunca tus decisiones. Ellos se encargarán de pasar la pelota a los más débiles. Los profesores somos ciudadanos por encima de toda sospecha.

Fuente: pucmmsti.edu / wikipedia.org