Neoclasicismo

España a fines del siglo XVIII se encontraba notablemente atrasada en el campo cultural respecto a sus vecinos Italia y Francia. La pintura, y el arte en general, se había mantenido en un Barroco decorativo en el cual dominaba la dinastía de pintores de la familia Bayeu, de la cual Goya sería miembro (se casó con la hija del patriarca, Francisco Bayeu).

La irrupción del Neoclasicismo provino, pues, del exterior, y no de una necesidad interna de renovación. Carlos III, monarca napolitano, fue propuesto al trono español por necesidades de sucesión. Este rey proveniente de Italia y casado con una culta princesa austríaca, Mª Amalia de

Sajonia, encontró que Madrid era «un poblachón de casuchas y conventos«, sin empedrados, sin iluminación, sin plan urbanístico… Decidió personalmente impulsar la reforma de la capital, esperando tal vez que el ejemplo cundiera en el resto del país. Reunió un nutrido grupo de arquitectos que remodelaron la ciudad al estilo parisino, por lo cual el Neoclasicismo francés está constantemente presente.

A la acción del rey se deben hoy la Puerta de Alcalá, el Jardín Botánico, el Observatorio Astronómico, el Museo del Prado (concebido como Gabinete de Historia Natural), el Hospital General (hoy Museo Nacional Centro de Arte «Reina Sofía»), así como un sinfín de calles, avenidas, plazas, bulevares y palacios que su corte construyó, imitando la modernidad del rey. Uno de estos palacios fue por ejemplo el de Villahermosa, actual Museo Thyssen Bornemisza.

Su esposa, Mª Amalia, introdujo importantes secretos industriales en España, como eran la porcelana y determinadas técnicas del vidrio, que había obtenido de su abuelo Maximiliano, el emperador de Austria. Con tales novedades en la manufactura, construyó dos Reales Fábricas que completaban el conjunto del Palacio del Buen Retiro, con el objeto de potenciar la oferta española de bienes de lujo en el mercado europeo. Tal actividad en favor de la capital hizo que desde su reinado se haya considerado a Carlos III «el mejor alcalde de Madrid«.

No sólo en arquitectura y urbanismo se dejó sentir la influencia regia; Carlos III trajo a su pintor favorito, Antonio Rafael Mengs, para que organizara la enseñanza de la pintura oficial a través de las Academias, casi todas fundadas en este período. La de Madrid tendrá una importancia vital hasta nuestros días, la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, hoy convertida en una importante pinacoteca madrileña.

Las Reales Academias dependen directamente del rey y pretenden extender una rígida normativa en cuanto a lo que la pintura de Corte debía ser. Se erigieron en modelos casi tiránicos, que en algunos momentos contradijeron directamente la creatividad y la originalidad de los pintores. Sin embargo, en este momento, las Academias funcionan como mecanismos de renovación y avance. Mengs, alemán, fue la estrella del primer Neoclasicismo, como José de Madrazo lo sería del segundo Neoclasicismo.

Mengs lleva los nombres de dos famosos pintores, Correggio y Rafael de Sanzio, que fueron sus modelos a lo largo de su carrera. Formado como teórico, su peso intelectual y su rigor dibujístico le convirtieron en la pieza fundamental de la renovación hacia un nuevo clasicismo en la pintura de corte. Sin embargo, la asepsia de su estilo y su carácter personal, extremadamente antipático, le hicieron impopular en la Corte, y su renovación sólo llegó al círculo más próximo al rey.

A pesar de ello, consiguió depurar los elementos del pasado que pesaban en la pintura: instaura un nuevo retrato oficial, de tres cuartos, sin ninguna penetración psicológica y sin el aparato ni la pompa del Barroco. Su estilo se mantuvo bajo Carlos IV y consiguió algunos seguidores, de los cuales destacan Mariano Salvador Maella y Vicente López.

Éste último trabajó siempre en un estilo minucioso y monótono, sólo roto en dos lienzos brillantes: el retrato del padre del pintor y el retrato que le hizo a Goya.

Goya es una especie de transición antes de tiempo. A caballo entre el siglo XVIII y el XIX, preludia el Romanticismo, un proyecto abortado por la restauración en el trono del absolutista Fernando VII, que retrasó el nuevo estilo hasta su muerte y la regencia de María Cristina. Goya tuvo un primer momento puramente neoclásico, puesto que estaba muy integrado en el círculo de los ilustrados, una camarilla intelectual agrupada alrededor de ciertas casas nobles, como la de Osuna,

Chinchón y Alba, bajo el liderazgo indiscutible de Jovellanos. Este grupo consiguió durante unos años apartar del poder al favorito de la reina, Godoy, y gobernar como consejeros de Carlos IV. Fueron unos años de esperanza y renovación, en los cuales la pintura de Goya se llena de ejemplos de retratos neoclásicos, de sus amigos los ilustrados, íntimos, familiares, cercanos, al tiempo que practica una feroz crítica social sobre su entorno: la superstición, la ignorancia, la prepotencia eclesiástica… Es la época de sus Caprichos. Cuando los ilustrados fueron definitivamente apartados del gobierno por María Luisa, la reina, y tras la invasión napoleónica, los fundamentos de la Ilustración fueron perseguidos por afrancesados, y la pintura neoclásica sufrió un duro golpe. El propio Goya cambió radicalmente su estilo durante la guerra y tras la misma, momento en el cual se considera se produjo su transición hacia el Romanticismo.

La Restauración marca el inicio del segundo momento del Neoclasicismo español; alejado ya de sus ideales culturales que pretenden hacer accesible la cultura y renovar la intelectualidad nacional. Fernando VII se apropia del férreo control que hace posible la enseñanza en las Academias, para impulsar una pintura sumisa, volcada hacia la escuela nacional y los valores propios, como son los del Siglo de Oro.

Esta corriente anuncia el cercano eclecticismo, de intenciones similares. El mejor exponente de esta pintura fue José de Madrazo, iniciador de una dinastía de pintores oficiales que tuvieron gran poder en Madrid y su escuela artística. Fue José de Madrazo quien transformó el Gabinete de Historia Natural en Museo del Prado, en cuya operación se instaló como obra artística y no como curiosidad natural el Tesoro del Delfín, estableciéndose además la función didáctica como la principal del Museo, frente a la expositiva.

En este segundo momento neoclásico, además del peso de Goya, imborrable ya, se dejó sentir la influencia del pintor neoclásico por excelencia, David, en cuyo estudio de París estudiaron algunos pintores madrileños que introdujeron su estilo en la Corte española. Es éste el caso de José Aparicio y Juan Antonio Ribera. A través de la influencia davidiana se conocieron ciertos conceptos, provenientes del teatro, como es la regla de las tres unidades, aplicada a la escena pictórica: unidad de acción, unidad de tiempo y unidad de espacio.

Estas reglas, aplicadas a temas nacionales como la Muerte de Viriato pintada por Madrazo, dieron por resultado un arte grandilocuente y sumiso al régimen, apropiado a los designios de Fernando VII. Éste, asustado por la violencia creadora de Goya, prefirió relegarlo de la Corte y sustituirlo por un Vicente López anciano y anquilosado. En ese estado se mantuvo el arte neoclásico hasta 1830, año revolucionario en el cual se impuso la regencia de la reina más romántica de España, María Cristina, que renunció a la corona por un amor plebeyo. Su entrada triunfal en Madrid exhibiendo un tejido azul celeste convirtió a este color en el emblema de los liberales y los románticos, el azul María Cristina.

Fuente: Apunte Historia del Arte del Siglo XVIII al Siglo XX de la U de Londres