De la ética a la política

La ética, dice Aristóteles, tiene como objetivo alcanzar el fin propio del hombre al que se dirigen todas las actividades humanas, es decir, la felicidad.

Mientras que la ética se encarga de la felicidad de un individuo la política trata de buscar la felicidad de un conjunto social; a su vez, al ser el hombre un ser sociable por naturaleza la felicidad del individuo está indisolublemente unida a la felicidad del cuerpo social al que pertenece por lo que Aristóteles concluye que la ética es, en realidad, una parte de la política y que debe estar supeditada a ella: la felicidad del conjunto social es más importante que la del individuo.

Aristóteles insiste con relativa frecuencia en que las virtudes éticas solo se pueden conseguir en el seno de una adecuada organización política, ya que para él, el ser humano es, por naturaleza (physis), un animal político.

A la hora de justificar tal principio, una vez más recurre a la naturaleza (physis). «La naturaleza no hace nada en vano y el ser humano es el único animal dotado de palabra». La palabra sirve para manifestar lo conveniente y lo perjudicial, lo justo y lo injusto, además del resto de los valores. Ahora bien, este tipo de manifestaciones solo es posible viviendo en sociedad, luego el ser humano es, por naturaleza, social.

En consecuencia, la política será la reina de las ciencias prácticas. La concepción aristotélica de la política significa, prácticamente, lo contrario de lo que significa en la actualidad. Así, hoy en día se piensa que el político ha de tener en cuenta las exigencias de la ética o, dicho de otro modo, que la política debe encontrarse subordinada a la ética. Por el contrario, la

concepción de Aristóteles supone la subordinación de la ética a la política o, tal vez mejor, la reducción de la ética a una parte de la política.

Aristóteles justifica su concepción del modo siguiente. La ética se ocupa del bien del individuo, en cambio, la política se ocupa del bien de la sociedad. Pero, en primer lugar, el todo —la sociedad— es anterior y superior a la parte —el individuo—. Y, en segundo lugar, aunque es digno y admirable ocuparse del bien de uno, mucho más lo será intentar ocuparse del de todos.

Por otro lado, a lo largo de su Ética, Aristóteles se esforzó en resaltar no solo virtudes sociales como la justicia, la amistad o la liberalidad, sino también la dimensión social de dichas virtudes.

Así, por ejemplo, llama la atención sobre la estrecha relación existente entre la justicia y la ley, la función de la justicia distributiva o la contribución de la amistad al bienestar de los seres humanos.

Pero además, únicamente en el seno de una sociedad organizada de forma adecuada es posible, en la medida que es posible, alcanzar la felicidad.

Por último, al final de su Ética para Nicómaco, Aristóteles subraya con cierto énfasis que la educación y las costumbres de los jóvenes dependen de las leyes. Estas, a su vez, se subordinan a las costumbres y a la adecuada organización de la sociedad.