El movimiento

Aristóteles comienza presentando las distintas respuestas que los filósofos al problema del movimiento en:

Parménides, la que dio Heráclito y la que dieron los pluralistas.

Parménides. Según este filósofo, el movimiento no existe. Para él, el ser es uno, inengendrado, eterno e inmóvil.

En consecuencia, Parménides reduce el cambio a mera apariencia, a simple ilusión de los sentidos.

Heráclito. Este pensador adoptó una postura contraria. Así, para Heráclito, «todo corre», nada permanece. En otras palabras, toda realidad se encuentra sometida a cambio incesante.

Pluralistas. Se trata de un grupo de filósofos que, en lugar de admitir exclusivamente una realidad —el ser o el cambio—, como Parménides o Heráclito, admitieron la existencia de varias realidades.

A este propósito, intentaron conciliar las posturas de los dos pensadores anteriores.

Aceptaron la existencia de una serie de realidades inmutables, que ni nacían, ni perecían, ni podían sufrir variación alguna.

Pero por otro, admitieron la realidad del cambio, que según ellos consistía en la combinación, de una u otra manera, de esos elementos inmutables.

Además de estas tres opiniones, también estaba la postura de su maestro.

En efecto, Platón negó el movimiento del mundo de las ideas, es decir, de la auténtica realidad.

Sin embargo, admitió que existía movimiento en el mundo de las cosas, es decir, en el mundo de la doxa o de los sentidos.

Aristóteles, por su parte, rechazó estas posturas porque según él todas ellas separaban el cambio de las cosas que cambiaban, e intentaban explicar el cambio como si no tuviera nada que ver con dichas cosas —o sea, como si una cosa fuera el cambio y otra las cosas que cambiaban—.

Procedió de modo diferente y, en lugar de explicar el cambio, intentó explicar la realidad que cambia.