Razonamiento inductivo y razonamiento deductivo

Aristóteles distinguió dos clases de razonamientos, a saber, el inductivo y el deductivo.

Razonamiento inductivo. Va de los casos individuales o particulares a la verdad universal.

En este caso, se parte de la enumeración de una serie de casos particulares, por ejemplo, «los gorriones, los jilgueros, los avestruces, etc., tienen alas».

A continuación, se asienta que «los gorriones, las golondrinas y los avestruces, etc. son aves». Y se concluye que «todas las aves tienen alas».

Como se ve, en este caso hemos ascendido de una serie de verdades particulares —la verdad de distintas especies de aves— a una verdad general o universal —la verdad del género ave—.

Ahora bien, no podemos estar seguros de que nuestro ascenso sea correcto, porque resulta imposible revisar todos los casos particulares y, en consecuencia, puede suceder que alguna ave no tenga alas, con lo cual nuestro ascenso resultaría incorrecto y, en consecuencia, la verdad enunciada «todas las aves tienen alas» sería falsa.

Razonamiento deductivo. Se mantiene en el orden de lo universal.

Un ejemplo de este tipo de razonamiento sería: «Todo A tiene B», «Todo C tiene A», «Luego, todo C tiene A».

También puede ir de lo universal a lo particular, como en este razonamiento: «Todo A tiene B», «Algún C tiene A», «Luego, algún C tiene B».

En cualquier caso, el razonamiento deductivo resulta mucho más riguroso ya que la conclusión se halla contenida de antemano en las premisas.

Aunque el razonamiento inductivo posee un carácter previo, ya que gracias a él podemos descubrir verdades universales, Aristóteles le dedicó un espacio mucho más reducido y se centró, sobre todo, en el razonamiento deductivo y, especialmente, en el silogismo.