Derecho a una vida digna

La tradición es antigua, pero se sigue repitiendo en la actualidad: cuando a algún personaje político (reyes o príncipes) o religiosos (cardenales u obispos) se le concedía un cargo de mayor jerarquía, se consideraba que el acceso a tan alto puesto y a un título eminente, le confería un nivel mayor de dignidad. Se tiene, según esto, mayor dignidad cuanto más alto se está en la pirámide de autoridad.

Hasta hace algunos decenios en escuelas del país existía la Ceremonia de las Dignidades mediante la cual se otorgaban reconocimientos a los alumnos que obtenían alto promedio en sus calificaciones. Ante toda la escuela y en medio de una ceremonia militar, se les otorgaban medallas y diplomas. Las medallas de mayor tamaño se otorgaban a los primeros lugares ya que según este significado, las dignidades eran proporcionales al esfuerzo realizado y al promedio obtenido.

Si ponemos atención a los dos ejemplos anteriores observamos que la dignidad se maneja como una medida para saber qué tan alto está la persona en la pirámide de autoridad, y que cantidad de dignidad sería proporcional al esfuerzo individual. –

¿Qué pensarías si se afirma que la dignidad, desde la perspectiva de los Derechos Humanos es precisamente lo contrario a esta concepción?

La dignidad:

  • Es un atributo de los seres humanos por el simple hecho de existir. Ninguna autoridad o persona la da ni la quita.
  • Es un atributo de los seres humanos por el simple hecho de existir. Ninguna autoridad o persona la da ni la quita.
  • Es común a todas y todos; es decir, los seres humanos la tenemos independientemente del sexo, raza, religión, clase social, nivel de conocimientos o estado jurídico.
  • Y aunque requiere de la participación humana, para su plena vigencia en las distintas realidades sociales no depende ni es proporcional a los méritos particulares.

El derecho a la vida digna se relaciona directamente con la capacidad del ser humano de avanzar hacia una de sus mayores utopías: tener condiciones materiales y espirituales que propicien la vida plena para todos y todas. Se es digno cuando la propia vida se pone en dirección de tal utopía.

Cuando las personas carecen de vivienda, salud, educación, trabajo o algún otro derecho humano su dignidad se vuelve mero enunciado abstracto sin correspondencia en la realidad. Aún cuando la situación de marginación no le quita realmente su dignidad humana, sí es válido afirmar que aquella no es digna de un ser humano debido a que lo que hace es precisamente atentar contra la dignidad humana.

La dignidad humana impulsa a la lucha («hay que hacerlo por dignidad»), reconoce las situaciones angustiosas, pero les ve salida («no nos queda más que la dignidad»), es fuente para buscar relaciones humanas horizontales («pedimos un trato digno») y mueve a la solidaridad («lo hago porque su dignidad -la del otro- está en juego»…). La dignidad no es por tanto una cualidad estática, sino una fuerza vital preciosa mente humana.