Deberes fundamentales de los profesionales éticos

Si bien es cierto que “cuando no se distingue, se confunde”, también es cierto que a fuerza de mucho distinguirnos enredamos.

Frecuentemente recordamos a nuestros alumnos que la distinción de las ideas no implican necesariamente divisiónparcelación o desintegración de una realidad.

La realidad se analiza y se va desmenuzando con el escalpelo de la inteligencia, que rotula y clasifica con ideas cada uno de sus descubrimientos, sin olvidarse de la unidad esencial de la realidad, y sin confundirla con la variedad de los puntos de vista subjetivos.

Así el deber, que es la norma reguladora de la libertad, es el máximo grado de necesidad con ella compatible; y consiste en la obligación impuesta al sujeto libre “de usar de su libertad de un modo determinado”.

En el perímetro de la libertad humana podemos descubrir sectores llenos de reglas que no son suficientes para crear un deber. (Tales son las reglas gramaticales, artísticas o técnicas). Pero donde quiera surge un deber, invariablemente le acompaña la nota moral; por cuanto todo deber tienecarácter ético, obliga en conciencia, y su violación voluntaria implicaresponsabilidad.

El análisis de los deberes profesionales nos impone un estudio serio y sistemático de las actividades peculiares de todas y cada uno de las profesiones. Hablamos de “deberes generales” y “deberes impuestos por la conciencia”, etc. Es lo que los clásicos entendían por deberes de estado, y posteriormente por deberes vocacionales.

“El estado” o vocación es la modalidad particular de la vida de cualquier hombre; y “el deber” es el valor humano de toda actividad que responde a exigencias concretas del bien común.

Aunque evidentemente puede haber unos deberes más graves que otros, sería funesto y contra el Orden Moral el que una persona cotizara y tuviera en cuenta solamente los deberes graves, despreocupándose de los demás. Así ha surgido una mentalidad desdoblada y estrábica que se despreocupa de los deberes pudieran despojarse de su carácter de moralidad, obligatoriedad y gravedad.

Y así la sociedad soporta el absurdo gravamen de gentes y profesionistas, muy escrupulosos en sus deberes religiosos y familiares, capaces de comprender que el mismo Decálogo, que explícitamente legisla para la naturaleza humana, implícitamente, pero con la misma obligatoriedad moral, está legislando (en los últimos siete mandamientos) para todas las situaciones que provengan de esa misma naturaleza.

Es más, la profesión no solamente no constituye un área neutra para la conciencia; sino que, por el contrario, al paso que es capaz de potenciar y densificar los deberes comunes del hombre y del ciudadano (por sus mayores conocimientos e influencia), humanos, y de convertir en “preciso y exclusivo” el deber, y la responsabilidad de resolverlos.

Frente a los grandes problemas humanos se alinean dos grandes grupos de salvamento: el de los técnicos y el de los intelectuales.

Hay quienes prefieren la distinción de teóricos y prácticos, que es evidentemente más precisa y genérica; o la otra de “los que piensan” y “los que realizan”.

No creemos ocioso puntualizar un poco las ideas, dándoles el relieve que se merecen.

a) Ya comentamos brevísimamente las posibles dimensiones de verdad y realidad que se descubren en el “homo sapiens” y en “el homo faber”. Lejos de ser términos que se opongan, se completan mutuamente; dándole a la intervención profesional, en cualquier campo, la categoría indiscutible de la calidad y superioridad. Todo trabajo humano debe estar precedido más o menos explícitamente, en tiempo e intensidad, por el trabajo intelectual. Sólo que hay profesionistas con más aptitudes y aficiones para la actividad ejecutiva, material o burocrática, que para la otra actividad eminentemente creadora de la inteligencia.

b) Todo trabajo es un compromiso que grava la libertad con una dosis dedeber proporcional al carácter de la actividad. En el trabajo manual, por ejemplo, y generalmente en todo trabajo ejecutivo, el compromiso es con la idea directriz que es menester ejecutar. (Burócrata es el que ejecuta su trabajo sin tener en cuenta nada más que la “directriz”; aunque no está escrito que no pueda ser capaz de cambiar ventajosamente las “directrices”.)

En el trabajo intelectual, por el contrario, se amarra el compromiso directa o indirectamente, con el bien común; con su representante, que es el Poder Público, o con su beneficiario que es la Colectividad y cada uno de los ciudadanos, o con la propia realidad concreta del bien común, consiste en bienes y necesidades que se presentan al profesionista con la invariable modalidad de problemas para resolver.

Modesta, pero firmemente, sostenemos que un profesionista universitario no puede declinar este compromiso. La lucidez mental tan cotizada en los ambientes universitarios e intelectuales, si solamente abre los espíritus a las perspectivas utilitarias y retributivas del trabajo; si pierde la limpidez que hace del trabajo intelectual una virtud más humilde y difícil, por ser más heroica y menos popular, dejade ser instrumento de elevación y de cultura para convertirse en conspiración contra el bien común y descrédito de la Universidad.

Es evidente que no todos los profesionistas han de ser investigadores o pensadores consagrados a la revisión atenta y constante de los métodos científicos; pero jamás puede renunciar un profesionista universitario a que su trabajo tenga la nota relevante de la “competencia intelectual”.

Los genios aparecen raramente, deslumbrando a la Humanidad con sus intuiciones, que son la visión intelectual de las verdades, sin el normal proceso del razonamiento.

Pero los hombres normales, que conjugamos nuestras facultades en sus dimensiones naturales, tenemos que pensar y razonar para no vivir sumergidos en la intolerancia, el particularismo, la “acción directa” y las burdas contradicciones del habitante de la jungla.

Si todo hombre es hombre en cuanto tiene el deber de pensar, ¿cómo puede fugarse de este deber un profesionista a quien la universidad ha dotado de principios para pensar correctamente en el Orden Moral y jurídico, en el Orden Social y político, y en el Orden técnico y científico?

Claro que pensar, y sobre todo pensar por expreso compromiso es dolor y es fatiga. Y es en el “trabajo profesional” en el que se está más sujeto que en cualquier otro, a la condena de la angustia y del esfuerzo.

Pensar es traducir la experiencia (especialmente la que se tiene “por una clara intuición de las peripecias”), en palabras luminosas, purificadores y benéficas, usadas como adecuado instrumento de la razón, del entendimiento y de la paz; y nunca como instrumento práctico de impulsos individuales.