Evaluación y educación

Hasta aquí hemos analizado el concepto de evaluación desde un punto de vista técnico, considerando su función realimentadora en el proceso de enseñanza y en el proceso de toma de decisiones. Si bien éste es el enfoque con el cual se desarrolla el tema en el presente libro, no se debe perder de vista que toda actividad que realicen docente y alumnos tiene una finalidad educativa, tiende a formar a los alumnos como personas, capaces de actuar integrada, crí­tica y creadoramente en la sociedad.

Por ello, el docente deberá evaluar de modo que con las activi­dades y técnicas empleadas favorezca realmente el desarrollo y creci­miento personal de los alumnos. Son fundamentales para una adecuada evaluación las actitudes del docente, quien no debe considerarse un juez, cuya misión es san­cionar los errores. Por el contrario, su tarea consiste en detectar las fallas con la finalidad de superarlas y de que el propio alumno las conozca para perfeccionarse; deberá estimular las conductas posi­tivas para que el alumno se sienta motivado a continuar.

El docente no sólo debe afirmar teóricamente sino que debe llevar a la práctica el concepto de evaluación realimentadora de la enseñanza; debe tener la humüdad de reconocer que puede haber fallas en la tarea y que el aporte de los alumnos es valioso para detectarlas y solucionarlas. En este sentido la evaluación cooperativa, al finalizar cada tarea, es sumamente positiva, como resultado de una participación real en la realización de las actividades.

Es común que los docentes se quejen de que los alumnos estudian sólo para obtener notas, esto que evidentemente es una realidad, es provocado generalmente por la importancia que los mismos docentes asignan a las notas.

Es necesario enfatizar la evaluación formativa, de modo que el alumno la considere un medio para conocer su progreso y una base para perfeccionar su aprendizaje y no simplemente un medio para obtener notas.

Es necesario también, que los alumnos conozcan previamente los objetivos que deben lograr, las pautas de evaluación y que progresivamente se les proporcionen los elementos para que sean capaces de autoevaluarse. Dicha capacidad no se obtiene espontáneamente, por el sólo hecho de que en alguna oportunidad se le pregunte al alumno cuál es la nota que a su criterio debe obtener en una determinada tarea, sino que es una capacidad que se adquiere lentamente y cuyo logro puede iniciarse ya, a partir de los primeros grados en la escuela primaria.

La evaluación debe personalizarse, es decir que el docente al eva­luar tomará como base las características singulares de cada alumno y juzgará su rendimiento en función no sólo de los objetivos, sino tam­bién de todos los otros datos que obtenga sobre la personalidad del alumno.

Si bien las actitudes positivas del docente son importantes durante todas las fases de la enseñanza, es durante la evaluación cuando exis­ten mas posibilidades de que se evidencien actitudes autoritarias, que en lugar de revelar una auténtica autoridad moral, ponen de ma­nifiesto fallas en la propia formación personal, falta de respeto hacia el alumno y por lo tanto incapacidad de apoyarlo y guiarlo en su pro­ceso de educación. Por ello, es fundamental que el docente no consi­dere a la evaluación como un medio coercitivo para ejercer su autori­dad, sino como una actividad valiosa para contribuir realmente a la formación personal de sus alumnos.

Fuente: Susana Avolio de Cois (1987), Evaluación del proceso de enseñanza-aprendizaje, Buenos Aires: Ediciones Marymar