Orientaciones generales para la evaluación desde el punto de vista de las competencias

La evaluación debe ser el motor y es inseparable de los procesos de enseñanza y aprendizaje, ya que aprender conlleva detectar problemas, superar obstáculos, reconocer errores y rectificarlos. Desde la perspectiva de un planteamiento que quiere potenciar las capacidades y el desarrollo de las competencias básicas, la práctica evaluadora, además de la mera certificación de la adquisición de unos determinados conocimientos, debe completarse con una evaluación formativa, procesual y global que se ajuste a las necesidades del alumnado en su recorrido formativo.

Una evaluación centrada en el desarrollo de las competencias no puede darse únicamente al final, sino que debe estar presente en todas las fases del proceso. Deben plantearse actividades para la evaluación inicial que sirvan para establecer los conocimientos previos (referidos al saber, saber ser y saber hacer) y para establecer el estado inicial de cada estudiante y así adaptar la planificación prevista. Además, deben plantearse actividades que identifiquen las dificultades y progresos de cada estudiante para adaptar el proceso, es decir, realizar una evaluación formativa que le ayude a regularse, una evaluación procesual que incidirá directamente en los resultados del aprendizaje, ya que para aprender es necesario que el estudiante sea capaz de detectar sus dificultades. Sólo cuando la evaluación está integrada en el proceso mejoran los resultados finales.

En un planteamiento de evaluación en torno a competencias son diversos los agentes que pueden y deben evaluar a partir de diferentes objetivos. Además del profesorado, desde un planteamiento que busca el desarrollo de las competencias básicas del alumnado y un aprendizaje para la vida, el alumno y la alumna se convierten en agentes evaluadores decisivos. Ello es así porque la evaluación formativa debe servir para que el alumnado regule su proceso de aprendizaje, es decir, para aprender a reconocer y saber en qué consisten sus dificultades. Por lo tanto, debe aprender a autorregularse, es decir, controlar con qué finalidad está aprendiendo, qué es lo que tiene que hacer para aprender y cuáles son los criterios que ha de utilizar para saber si está aprendiendo de manera eficaz o no.

Esto se traduce en que los alumnos y alumnas deben conocer los objetivos de aprendizaje para poder planificar su actividad. Por ello, a lo largo de las secuencias didácticas el profesorado debe explicitar, consensuar y negociar con el alumnado qué actividades y tareas se van a realizar, para qué, cómo va a ser el proceso que se llevará a cabo y qué se tendrá en cuenta para evaluar el trabajo. Por otro lado, es el alumnado por medio de actividades de autoevaluación y coevaluación quien evalúa tanto el proceso de enseñanza como el propio aprendizaje y el de su compañeros.

Para poder desarrollar las competencias hay que apropiarse de una serie de saberes asociados a ellas y, además, aprender a movilizarlos y a aplicarlos conjuntamente de manera relacionada en un contexto determinado. En este sentido, evaluar competencias conlleva evaluar procesos en la resolución de situaciones-problema. Por lo tanto, el punto de partida de la evaluación deben ser tareas, más o menos reales, que simulen de alguna manera las que se pueden dar en la realidad.

Aunque las competencias básicas no aportan una referencia clara para su evaluación, se entrecruzan de manera evidente con otros elementos curriculares como son los objetivos, los contenidos y especialmente los criterios de evaluación. Así, a través de los criterios de evaluación se establece el grado de consecución de los objetivos y por lo tanto de las competencias a las que éstos se refieren. Por último, los indicadores de evaluación concretan en conductas observables los criterios de evaluación, convirtiéndose, por lo tanto, en el último referente de la evaluación.

Las actividades de evaluación deben permitir mostrar la capacidad de movilizar de forma integrada y coherente distintos tipos de saberes aplicados a situaciones más o menos reales. Esto nos sitúa dentro de una actividad compleja que aparecerá en diferentes momentos del proceso de enseñanza-aprendizaje, y en la que será necesario diversificar los instrumentos de evaluación. Éstos son los medios que el profesorado, y también el alumnado, utiliza para obtener datos sobre el desarrollo del proceso de aprendizaje. La elección y utilización de un determinado instrumento depende fundamentalmente de los objetivos perseguidos.

Así, se pueden distinguir instrumentos para evaluar el proceso de enseñanza-aprendizaje, como pueden ser los contratos didácticos, los cuestionarios de autoevaluación y coevaluación, la observación en clase…, e instrumentos para evaluar los resultados obtenidos (cuestionarios y test, producciones del alumnado, pruebas orales y escritas…)

En definitiva, una evaluación en torno a competencias está directamente relacionada con la evaluación procesual y formativa, es decir, con una concepción de la evaluación como posibilitadora de la mejora del aprendizaje de la que, tanto la autorregulación, que supone al alumnado convertirse en el agente principal de la evaluación, como el uso de instrumentos variados que recojan información sobre la aplicación que se hace de los saberes a situaciones y contextos específicos en diferentes momentos, son sus elementos clave.