El lenguaje cotidiano coloca a la mujer y a lo femenino en un lugar subordinado

Mujeres y hombres no ocupamos las mismas posiciones y es común que aparezca lo femenino como derivado y dependiente de lo masculino:

Señora maestra, ¿Cómo se forma el femenino?

– Partiendo del masculino: la o final se sustituye por una a.
– Señora maestra, ¿y el masculino cómo se forma?
– El masculino no se forma, existe.

(Citado en Victoria Sau, El vacío de la maternidad. Madre no hay más que ninguna. Barcelona, Icaria, 1995, pág.46.)

Un grupo puede estar formado mayoritariamente por personas de sexo femenino y basta con que aparezca un solo hombre, para ceder el protagonismo. Al referirse al grupo ya no será “vosotras” o “nosotras”, sino que será “nosotros” o “vosotros”.

Los modelos lingüísticos para niños y hombres son muy claros. Siempre y en todos los casos en los que se habla o escribe en masculino, saben que están incluídos. La situación para las niñas y las mujeres es distinta, porque están expuestas a modelos lingüísticos ambiguos que les obliga contínuamente a discriminar si están o no incluidas.

Niñas y mujeres permanecen toda su vida sometidas a la ambiguedad de discriminar permanentemente si se las nombra o no, si están incluídas o no, al ser nombradas en masculino, hecho al que terminan habituándose, pero con la sensación de ocupar también un segundo lugar en el idioma.

Fuente: Manual del lenguaje no sexista, Ayuntamiento de Leganés