El pabellón del espirit nouveau

El Pabellón del Espirit Nouveau de Le Corbusier (1887 – 1965) y Amédée Ozenfat (1886 – 1966) sería la antítesis de los resultados de la Exposición: la decoración. Yendo más lejos que el pabellón soviético, el de Le Corbusier proponía explícitamente la negación a utilizar cualquier adorno superfluo, proponiendo sus «máquinas para vivir» en un sentido de poder construir casas en serie, con los avances tecnológicos de la época y a la manera de los nuevos productos industriales en serie. El purismo y la desnudez decorativa son las proposiciones de Le Corbusier con su pabellón. En sus propias palabras afirmó.

«Nuestro pabellón contendrá solamente casas estandarizadas creadas por la máquina en fábricas y producidas en serie; objetos verdaderamente del estilo de hoy día».7 Y debido a que su pabellón era para Le Corbusier el símbolo de la más alta modernidad declaró: «Hoy mismo una cosa es segura, 1925 marca un decisivo punto de partida en la batalla entre lo viejo y lo nuevo. Después de 1925 los amantes de las antigüedades virtualmente habrán terminado sus vidas y el esfuerzo productivo industrial estará basado en lo nuevo».

La exposición del 25 marcó el punto de arranque para la efervescencia del Art Déco; es decir, que es a partir de dicha exposición cuando la convergencia de casas, tiendas, movimientos, diseñadores, arquitectos y países, mostraron lo que para ellos era lo más avanzado en artes decorativas, que en su conjunto tendieron hacia ciertos elementos, que sin ser comunes entre sí, tenían ciertas coincidencias o similitudes en su origen o aplicación y dieron por resultado lo que más tarde se llamaría como Art Déco.

Para Paul Maenz hubo tres caminos que se dieron como consecuencia del la Exposition Internationales des Arts Décoratifs et Industriels Modernes. … escribe:

«Tres tendencias se disputan la primacía del escenario de las artes ornamentales en (Annés 25): una clásica y elegante interpretación de la Compagnie de Arts Francais, que representan nombres como Ruhlmann, Lalique o Dufrene; otra, la de los (románticos exotizantes), sus arabescos y su zizagueante cubismo de salón, lo representan Poiret, Erté, Rateau; por último, los (románticos modernizantes):

Puiforcat, Herbst o Dunand. Ellos rinden culto a una estética constructivista, sin extremarla por supuesto hasta las últimas consecuencias, como hicieran un Ozenfant o un Le Corbusier, pues no indagan su plástica a partir de las condiciones de producción del maquinismo, sino en lo que es su mera apariencia formal».

Después de la magna exposición del 25, siguieron una ruta itinerante en 1926 de lo más destacado de 1925 y dos exposiciones en París en las cuales los diseños Art Déco continuarán siendo una constante: la Exposición Internacional Colonial de 1931 y la Exposición Internacional de las Artes y las Técnicas de 1937.

La primera mostró objetos de las culturas de los países africanos y asiáticos que pertenecÌan a Francia. Los pabellones se diseñaron con ornamentos de los remotos lugares, así como algunos objetos, los que influenciará al Art Déco con motivos y materiales de la Indochina, África, el Pacífico y América. Exóticos, «primitivos«, tribales, incivilizados o autóctonos diseños, conceptos franceses hacia dichas culturas, influenciaron las creaciones de los artistas participantes en la exposición, por lo que el Art Déco se verá nutrido de esos objetos.

La segunda fue nuevamente una muestra de los avances decorativos y técnicos, en donde la relación entre arte y productos industriales seguía el camino ascendente que decaerá con la llegada de la otra gran guerra.

Los pabellones, más gigantescos esta vez, continuaban con las influencias del Art Déco y lo aerodinámica hizo su aparición en el macro Palais de l’Air que presagiaba los triunfos técnicos de la aviación militar y comercial. El Palais de Chaillot, con su apacible arquitectura de toques neoclásicos geometrizados, gran tributo al Art Déco, contrastaba con el pabellón español donde se exhibía el Guernica de Picasso muestra de la devastación franquista y nazi.

Por su parte, en el otro lado del Atlántico, la emergente y poderosa nación de los Estados Unidos recibirá las influencias de la muestra del 25 en algunas exposiciones: Century of Progress, celebrada en Chicago en el año de 1933,
Golden Gate Exposition de 1939 en San Francisco y la de New York World´s Fair de 1939 en Nueva York.

En la de Chicago, por ejemplo, los elementos geométricos y la fuerza solar estuvieron claramente vistos en el Travel and Transport Building, obra de los arquitectos Daniel Hudson Burnham, William Holabird (miembros de la Escuela de Chicago) y Bennett. En la del puerto de San Francisco, las culturas orientales se hicieron presentes en los diseños, pues precisamente de San Francisco salían las embarcaciones hacia el lejano oriente. Y la de Nueva York, que consagró el estilo aerodinámico, visualizaba el mundo del mañana, en el año en el cual se iniciaba la II Guerra Mundial, con todo el adelanto tecnológico de la época y que se vería posteríormente nutrido por los científicos e intelectuales inmigrantes europeos.

Las exposiciones internacionales fueron el mejor escaparate para lucir y revelar los nuevos productos artísticos, artesanales e industriales que herederos de vanguardias, talleres y centros de producción tanto artística como industrial conformaron aquellos objetos y diseños arquitectónicos que le dieron vida al Art Déco.

Hablar del término o estilo Art Déco como tal es explicar un conjunto de diferentes manifestaciones estéticas que se dieron cita en la ya citada Exposition Internationale de Arts Décoratifs et Industriels Modernes de 1925 y que fueron conmemoradas en la retrospectiva titulada «Les Annés 25» llevada a cabo en París en el Musée des Arts Décoratifs del 3 de marzo al 16 de mayo de 1966.

Además, dichas manifestaciones constituyeron una época de la decoración que inundó todos los ámbitos de la vida cotidiana, desde una lámpara hasta un edificio completo y que alternó con los movimientos de vanguardia. Esa época son los años de entreguerras, los veinte y los treinta, los «años Locos«, la «Belle Epoque» que quedaron insertos en la historia del siglo XX y de la decoración como los años del Art Déco.

Mientras que el Art Nouveau se investía con sus sinuosas y serpentinas líneas, en la primera década del siglo XX se empezará a trabajar en el diseño de muebles, aparatos domésticos, transportes y medios de comunicación masiva, como serán los cines y más tarde la radio, utilizando líneas rectas, formas geométricas y compactas. así, el ya mencionado Palais Stoclet de Hoffmann, proyectado en 1905 y terminado en 1911, inauguraría una estilización geométrica en la arquitectura, como más tarde también serían los Ballets Russes de Sergei de Diaghilev (1872 – 1929) que llenan los teatros Parísinos a partir de 1909, primero el Chatelet y más tarde la misma Opéra, con sus inauditas y coloreadas coreografías trabajadas bajo los diseños geométricos y exóticos de León Bakst (1866 – 1924).

Así pues, si los primeros catorce años del siglo XX europeo transitaron del Art Nouveau hacia nuevas formas de concebir los diseños, lo cual se vio interrumpido por la I Guerra Mundial, una vez terminada la beligerancia entre las naciones, algunas vanguardias y movimientos artísticos, los talleres artesanales y casas de diseño, las industrias y los productos emanados de ellas, buscarán invadir todos los ámbitos de la vida cotidiana, desde un cubierto de mesa, hasta la edificación de un inmueble.

Caros y extraños, nuevos materiales serían utilizados en los productos que salen de los «ateliers» para cumplir con los deseos de una élite caprichosa: el cromo, metal de color argentino y cristalino, la baquelita, resina sintética y moldeable, y el plástico que por su nobleza matérica podía aplicarse de múltiples maneras.

También estaban las exóticas maderas y otros elementos naturales traídos de tierras lejanas que se utilizaban en los muebles y en la confección de atuendos de vestimenta: la madera de amboina traÌda de las Islas Molucas y que recibió dicho nombre por provenir de la capital Ambon o el ébano del estrecho de Macasar en Indonesia; la piel áspera del pez zapa, la concha de tortuga conocida como carey, la piel de serpiente o de tiburón. Todo esto reflejaba las excentricidades a las cuales se acostumbraba esa clase acomodada que a través de objetos lujosos de decoración mostraban su estatus social.

Sin embargo, una sector social más amplio de la población desea consumir también esos nuevos objetos de diseños exclusivos; esa es la razón por la cual la industria produce gran cantidad de productos, copiados o inspirados en los originales que se vendÌan en los selectos almacenes y finas boutiques.

Época de consumo que provoca que los grandes almacenes comerciales sean decorados atractivamente para atraer la atención de los consumidores. Todo esto se esparce y se da a conocer a través de la publicidad, en donde el cartel toma gran importancia.

Y toda esa nueva gama de productos y diseños se verán contagiados por lo geométrico, lo cual se proponía y trabajaba en algunos movimientos artísticos de vanguardia o estaba en relación con las máquinas de la industria. Pero lo geométrico también será tomado por la colección de piezas africanas que tanto

Braque como Picasso usaran en el Cubismo, o también de lo egipcio, pues en 1922 Howard Carter exhuma la tumba de Tutankamen y cobra fuerza la maldición de los faraones por la repentina muerte del descubridor y los motivos decorativos del antiguo Egipto se ponen de moda; además, las ruinas teotihuacanas, mayas y objetos de la cultura mexica se vuelven a revalorar sobre todo después del extravío del coronel Fawcett en 1925 en las tierras peruanas de Machu – Pichu y posteriormente la expedición al mando de Peter Fleming en su búsqueda: las culturas prehispánicas sudamericanas y mesoamericanas cobran importancia, así como también los indios Pueblo de los Estados Unidos, inundando los ambientes de la decoración e inclusive de la moda: zigzags, soles radiantes, cactus hiératicos, figuras de perfil, mujeres cleopatrizadas, templos escalonados, atuendos indígenas mesoamericanos e incas, se ritualizan junto con los zigurats mesopotámicos y bailarinas indúes o balinesas que se rescatan del olvido occidental en un intento de voltear hacia culturas exóticas y encantadamente fantásticas.

La era de la máquina y de un mundo industrial provoca la producción a gran escala que da por consecuencia los intercambios comerciales mundiales y los negocios internacionales que se desplazan a la velocidad del ferrocarril o en la comodidad y lujo de los monumentales trasatlánticos. O bien, los recorridos en automóviles descapotados y en aeroplanos que desafían las alturas y más aún después de que el Atlántico fue atravesado sin escalas en 1927 por Charles

Lindbergh (1902-1974), consagran el triunfo de la aplastante motorización. Surge la visión «poética» de la máquina, del mundo moderno, mecanizado donde el mito del robot algún día tomará el mando de la civilización.

Los «años Locos» y la «Belle Epoque» europeos se hermanan con los años del Fox

Trot, del Charleston, de la música negra del Jazz, de la crisis del 29, del «New Deale» de los Estados Unidos. Paraninfos de bailes, salas de espectáculos, iluminados con líneas de luz geométricas, ritman con las grandes bandas y orquestas de nuevas cadencias, rápidas, sincopadas e improvisadas que desgarran las enraizadas piezas de vals y hacen vibrar los cuerpos en inéditos bailoteos.

Y mientras Fritz Lang (1890 – 1976) exhibe un mundo mecanizado y robotizado en Metropolis, 1926, un año más tarde Alan Crossland en The Jazz Singer hace cantar al cine cuando Al Jolson, quien se maquilla como un negro, entona una pieza de jazz.

Tiempos de los veinte y treinta, donde el hombre, el «dandy» de bigote recortado, pelo engomado, vestido con esmoquin, que merodea en clubes y coctailes, frivoliza con cierta naturalidad y pose ante las mujeres de boca menuda, peinadas a la «garzón«, con sombreros encasquetados, que usan corsés y hombreras, engalanadas con telas ligeras, de vestidos cortos que muestran las piernas, alcanzando así una expresión de mujer dinámica y flexible, que al igual que el hombre fuma y bebe en la nova vida social.

Todos esto se incorporará con las emisiones del diseño, el arte, la artesanía y la industria europea de la época de entreguerras y es lo que se conocerá más tarde como Art Déco.

Para Paul Maenz, uno de los primeros tratadistas sobre este tema, «El estilo (Art Déco), como tal, jamás existió. El término aparece por primera vez en 1966 con ocasión de la muestra retrospectiva (Les Annés 25) celebrada en el Musée des Art Décoratifs de París, y que conmemora la última y más alta cota jamás alcanzada por la artesanÌa modernista: la (Exposition Internationale des Arts Décoratifs Modernes) de 1925.

Desde aquella Exposición de 1966, cuantas manifestaciones artísticas se produjeron entre las dos guerras mundiales, o sea, entre 1920 y 1940, quedaron englobadas bajo el común patronÌmco de (Art Déco). Desde el(Bon Gout) de la Compagnies des Arts Francais, pasando por el fascinación constructivista del cubismo de finales de siglo o la exaltación arcaizante de los años treinta. Doctrinas estéticas que se confrontaron con fervor casi religioso, se ven ahora condenadas desaprensivamente a compartir un mismo rasero».

Esta cita del libro de Maenz nos deja en claro qué es lo que se considera Art Déco; sin embargo, hace falta mencionar las características distintivas, para lo cual citaremos a varios autores que explican lo que es el Art Déco.

Fuente: Apunte Historia del Arte del Siglo XVIII al Siglo XX de la U de Londres