Bridget Riley

Bridget Riley, por ejemplo, quien es probablemente la más brillante de todos los artistas cinéticos que han trabajado en dos dimensiones, rechazará ciertamente la sugerencia de que sus pinturas no están destinadas a expresar o comunicar un sentimiento. Su obra está a menudo intrincadamente programada: las formas y su relación recíproca se ajustan a series matemáticas predeterminadas, pero se llega a las progresiones en forma instintiva.

La señorita Riley trabajó anteriormente sólo en blanco y negro, pero ahora, habiendo pasado a través de una fase donde los colores se usaron en sordina, ha creado una serie de deslumbrantes cuadros llenos de coloridos, que exploran la forma en la que se puede hecr que cada color se vuelque en otro por medios ópticos; o la manera en que la totalidad de la superficie del cuadro pueda trasladarse de lo cálido a lo frío, a través de la progresión de matices.

En contraste con la obra de los pintores coloristas, la superficie no permanece inerte, sino que se ondula con energía muscular.

Muy pocos de entre los otros artistas ópticos han producido una obra tan compleja como ésta, aunque hay paralelos en la pintura del norteamericano Richard Anuszkiewicz, el italiano Piero Dorazio y el inglés Peter Sedgley. Sedgley suministra aun otra variación al tema de los círculos concéntricos, el omnipresente modelo del blanco.

Aquí el modelo se usa para producir potentes efectos de recesión o proyección – algunos cuadros llevan al espectador hacia adentro, dentro de un túnel que siempre retrocede; otros parecen flotar hacia él saliendo desde la pared, en golpes de luz. Los cuadros de Sedgley, como los de la señorita Riley, sugieren la noción de que una gran cantidad de arte cinético y óptico pretende arrojar ala espectador a un trance hipnótico, consiguiendo entonces por otra ruta el «desenfoque» recomendado por Cage.

La siguiente etapa en la pintura óptica está representada por obras que tienen un muy ligero relieve. A menudo esta dimensión adicional es usada para proveer planos de color, que se mueven a medida que el espectador cambia su posición en relación a ellos. Los «fisicromos» del venezolano Carlos Cruz – Diez son obras de esta naturaleza y también las del artista israelí Yaacov Agam. El principio empleado es casi como el que se podrá encontrar en algunos de los «cuadros sorpresas» hechos en la época victoriana, donde una imagen se remplaza sorpresivamente por otra, según el punto de vista que uno adopte.

Un artista más importante, que a veces hace uso de efectos algo parecidos, es otro venezolano, J. R. Soto.

Las primeras influencias sobre Soto fueron las de Mondrian y Malevich. A principios de la década del cincuenta, hizo pinturas que creaban su efecto por repetición de unidades. Las unidades estaban dispuestas de manera tal que el ritmo que las unía llegó a parecer más importante al ojo que cualquier parte individual y la pintura era, por lo tanto, al menos por implicancias, no algo completo en sí mismo, sino una parte tomada de un soporte infinitamente grande que el espectador debía imaginar. Soto se interesó luego en efectos de superposición, como lo había hecho Vasarely.

Dos modelos hechos sobre láminas de plexiglás fueron montados algo separados y parecían mezclarse en un nuevo espacio que oscilaba entre los planos frontal y posterior suministrados por las láminas. Más tarde, Soto empezó una serie de experimentos con pantallas forradas que tienen placas metálicas que se proyectan enfrente de ellas, o si no varillas metálicas o alambres libremente suspendidos frente a este campo vibratorio.

La vibración tiende, desde el punto de vista óptico, a absorber y disolver los sólidos suspendidos o proyectados. A cada instante, a medida que el espectador mueve sus ojos, aparece una nueva ola de actividad óptica. La más intensa de las obras de Soto consiste en grandes mamparas de varillas colgantes.

Suspendidas a lo largo de una pared, estas capas de varillas parecen disolver todo el costado de una habitación, tomando en cuenta todas las reacciones instintivas del espectador hacia un espacio cerrado. Relacionados con la obra de Soto, pero usando un principio algo diferente, están los relieves ejecutados por el argentino Luis Tomasello. Tomasello fija por un ángulo, sobre una superficie blanca, una serie de cubos huecos.

Los mismos son blancos en la parte exterior, pero algo coloreados en la interior, y unas de las caras, invisible al espectador, se deja abierta. Por refracción, esto produce efectos trémulos y suaves de luz coloreada, sobre el plano que están fijados los cubos.

Fuente: Apunte Historia del Arte del Siglo XVIII al Siglo XX de la U de Londres