Michelangelo Merisi “Caravaggio”

Michelangelo Merisi nació a principios del otoño de 1571 (el mismo año de la batalla de Lepanto entre la flota de Felipe II y la Santa Liga contra los turcos, batalla en la que perdió su brazo Miguel de Cervantes) en Caravaggio.

Su padre era un alto funcionario de la corte de Caravaggio, ciudad de donde era oriunda la familia Merisi. Fermo Merisi, el progenitor, cuidaba el estado de diversos edificios del poderoso Francesco I Sforza, de quien era además hombre de confianza.

Parece ser que su cargo era similar al de maestro de obras, con ciertos conocimientos de arquitectura. En Milán les sorprendió una epidemia de peste, en el año 1576, que acabó con el padre y obligó a la familia a huir a Caravaggio de nuevo.

Caravaggio era una población perteneciente al condado de Bergamasco, en Lombardía. Esto marcará el tipo de pintura de Michelangelo, como veremos en sus años de formación como artista.

El pintor conoció a través de los protectores de su padre a familias muy importantes en la Italia del momento, que constituían una corte de intelectuales y pensadores próximos al humanismo y a la Reforma católica.

Estas familias eran los Sforza, los Colonna, marqueses de Caravaggio, los Borromeo (parientes de papas y de San Carlo Borromeo) y los Doria. Muchos personajes importantes de estos linajes pasarían a ser protectores de Caravaggio en su trayectoria en Roma y el exilio.

En 1584 Caravaggio regresa por su cuenta a Milán para ingresar en calidad de aprendiz en el taller del pintor Simón Peterzano.

Éste era uno de los pintores a quienes más apreciaba San Carlo Borromeo y gracias a él, Caravaggio conoció los postulados de la Reforma trentina y el final del estilo manierista. Peterzano se consideraba discípulo de la pintura de Tiziano y supo transmitir al joven

Caravaggio ciertos valores pictóricos que reúnen la tradición veneciana y la lombarda, como son el color y la sensualidad de Venecia y el luminismo realista de Lombardía. Caravaggio no se sumó a los preceptos tardo-manieristas de su maestro, pero aprendió el modo de manejar la luz, el color y el sentido de la realidad.

El mismo año de su contrato con Peterzano se publicó el famoso tratado sobre la pintura de Lomazzo, otro famoso pintor del estilo de Peterzano. En él se propone que deben existir unas reglas aplicadas a la pintura, extraídas del gran arte del Renacimiento.

Caravaggio nunca aceptó esto, pues consideraba que el verdadero modelo para el arte no era el Renacimiento o la estatuaria clásica, sino la propia Naturaleza. Dentro de este pensamiento, Michelangelo consideraba a la misma altura un cuadro sobre flores o frutas que otro sobre historias bíblicas, algo que rompía con la jerarquía de temas existente hasta el momento.

Caravaggio fue uno de los primeros en establecer la naturaleza muerta como género autónomo y de valor. Al mismo tiempo, el tratado de Lomazzo consideraba que no existía una belleza única, sino diversas maneras de enfrentar la belleza, algo con lo que sí comulgaba el joven artista.

Se establecían además otros preceptos, comunes a todos los tratados pictóricos de la época. Los más importantes eran la presencia de la psicología del autor en su obra, el mantenimiento estricto del decoro y la conveniencia del «moto».

El decoro es la norma según la cual sólo se eligen para ser representados aquellos elementos que convienen a la dignidad del tema; por ejemplo, no se puede pintar a Cristo vestido como un mercader, sino como un personaje divino; los santos deben llevar sus atributos sagrados, etc.

Caravaggio violentó constantemente el principio del decoro, o más bien lo interpretó a su manera, lo que provocó odios y amores hacia su pintura. El «moto» es el movimiento interno de las figuras, que traduce las pasiones y la psicología de las mismas.

Caravaggio aprovechó esta norma para plantear actitudes sorprendentes en sus personajes, que inmediatamente atraen la atención del espectador.

Las enseñanzas que se podían leer en los tratados de finales del siglo XVI también las pudo encontrar Caravaggio en las obras de pintores como los hermanos Campi, Moretto, Moroni o Zuccaro. En España, por estos mismos años, se encontraba trabajando El Greco en un personalísimo Manierismo.

Instalado en Milán, entre los años 1589 y 1592 la situación se vuelve complicada para él: su madre enferma y él se ve envuelto en un delito de agresiones que le lleva a la cárcel. Para eludir la prisión, el pintor vendió gran parte de las posesiones de la familia.

Repartió los beneficios con su hermano menor y con las escasas ganancias marchó a Roma para medrar en su carrera de pintor. Roma acababa de disfrutar de la acción urbanística y renovadora del papa Sixto V, a quien había sucedido en esos años Clemente VIII Aldobrandini.

El clima intelectual estaba muy influido por la reforma del Concilio de Trento y por la recuperación humanística propiciada por Sixto V. Caravaggio se alojó en un primer momento con el cardenal Pandolfo Pucci Di Recanati.

Jocosamente, Caravaggio le recuerda como «monseñor ensalada» porque era ésa la única comida que le daba. Aparte de la anécdota, el cardenal Pucci le puso en contacto con la familia Aldobrandini.

Los contactos continuaron para Caravaggio con sus posteriores relaciones: trabaja en el taller de Antiveduto Della Grammatica, donde realizaba cuadros de medias figuras. Más tarde, trabajó para el Caballero de Arpino, poderoso personaje que le proporcionó algunos de sus clientes más importantes.

Fuente: Apuntes Historia del Arte del Renacimiento al Siglo XVII