Romanización

Romanización, proceso de aculturación que experimentaron las diversas regiones conquistadas por Roma, por el que dichos territorios incorporaron los modos de organización político-sociales, las costumbres y las formas culturales emanadas de Roma o adoptadas por ella.

En el caso correspondiente a la península Ibérica, fue de diferente intensidad según las zonas —mayor en el sur y este peninsulares— y se produjo en distintos momentos (más tardío en el oeste y norte).

FASES DE LA ROMANIZACIÓN
-Vías de la Hispania romana
-Vías de la Hispania romana

Las más destacadas poblaciones de la Hispania romanizada aparecen en este mapa, unidas por las principales vías creadas por el poder de Roma. Reservados todos los derechos.

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El comienzo de este proceso data del año 218 a.C., cuando las legiones romanas de Cneo Cornelio Escipión desembarcaron en Ampurias, en la costa catalana, para enfrentarse con sus enemigos cartagineses, ocupantes de las zonas costeras y de parte del interior. En una primera fase se procedió a la conquista militar —de la zona cartaginesa hasta el 206 a.C., de la zona interior durante el siglo II a.C. y del resto en el siglo I a.C.—, no exenta de dificultades debido al valor y ansia de independencia de los indígenas, con continuas rebeliones. En una segunda, iniciada cuando aún gran parte de lo que será Hispania no había sido conquistada, se procedió a una asimilación cultural del territorio.

Esta no fue total en las últimas regiones sometidas (área cantábrica) ni siquiera en el siglo V cuando se debilitó la presencia romana presa de las invasiones bárbaras, a pesar de llevar 500 años de dominación —muchas veces más nominal que efectiva—, debido al escaso interés por controlar y poblar zonas deprimidas y marginales. Una de las consecuencias del prestigio de Roma y de lo romano será la aspiración a la ciudadanía, conseguida a duras penas por los indígenas a base de dinero o en premio a su fidelidad. Ello, junto a la suavización de los términos en que se acordaron las distintas rendiciones a manos de las legiones y el tiempo transcurrido desde aquellas, fueron creando un clima propicio a la aceptación de lo romano.

Punta de lanza de todo esto fue la llegada de inmigrantes de origen romano e itálico, que se fueron estableciendo en ciudades (municipia civium romanurum, coloniae civium romanorum), creando así focos tanto de difusión cultural como de control político y administrativo: Itálica (Sevilla), Corduba (Córdoba), Emerita (Mérida), Barcino (Barcelona), entre otros. La política colonizadora de Julio César y de Augusto en el siglo I a.C. fue el impulso definitivo a esta labor, iniciada tímidamente dos siglos atrás con la llegada de soldados y comerciantes, suponiendo ahora no sólo el asentamiento de veteranos de las legiones —emparejados con las mujeres indígenas— sino también nuevas remesas desde la propia Italia, en busca de nuevas tierras y mejores condiciones de vida.

Un hito en el proceso romanizador fue la concesión por el emperador Vespasiano (69-79) del ius latii o derecho de ciudadanía latina, para todos los hispanos libres de origen indígena. Tal medida fue ampliada en el 212 por el emperador Caracalla al convertir a todos los habitantes libres del Imperio en ciudadanos romanos mediante la Constitutio Antoniniana. En Hispania, para esas fechas, casi por unanimidad, la población se ‘sentía’ romana. A este respecto es de destacar la capacidad romana de adoptar creencias y costumbres de los pueblos conquistados, asumiéndolas como propias e integrándolas en un todo común.

La romanización se mostró también en la penetración de la religión romana y, sobre todo, de las religiones orientales importadas por Roma —culto de Cibeles, Mitra, cristianismo— en el uso de vestimentas y ajuares; en los tipos constructivos, ya en obras públicas, ya en vivienda privada; en el uso de los nombres romanos con su praenomen, nomen y cognomen; en el uso de la moneda y métrica romanas; en la aceptación del Derecho Romano frente a las costumbres tribales; en las prácticas comerciales y asociacionistas (collegia); en la llegada de hispanos a Roma como emperadores, magistrados o literatos; o en la presencia de hispanos como legionarios desde Britania a Mesopotamia.

La inserción de la Península en el mundo romano supuso una mayor apertura a los intercambios comerciales y culturales con el Mediterráneo y más allá, en una identificación con los habitantes también romanizados de Asia, África y resto de Europa. Todavía en torno al año 500 el sur peninsular se resistirá a la penetración germánica y mantendrá lazos de unión con el Imperio romano de Oriente, que posibilitarán la reconquista bizantina de la zona y su mantenimiento hasta el siglo VII, como una consecuencia de ocho siglos de historia y tradición en torno a la idea y al nombre de Roma.