El descubrimiento de la amistad y el sentido de pertenencia

Al llegar a primaria, el niño empieza a hacer verdaderos amigos

En sus primeros años, el pequeño se relaciona con otros niños para satisfacer sus necesidades, pero a partir de los seis o siete años ya es capaz de percibir las necesidades de los demás, tomar en cuenta el punto de vista del otro e interesarse por la igualdad, la justicia y la reciprocidad:

“Si yo te presto mis colores, tú me dejas andar en tu bici”.

“Si me convidas de tu torta, yo te doy parte de mi naranja”.

La relación ya no es unilateral, ahora el niño busca al mismo tiempo su satisfacción y la de su amigo.

A lo largo de la vida escolar, la amistad va cambiando de una situación de juego a una relación en que las emociones son el elemento primordial

Al principio, los intereses de los chicos varían mucho y las amistades también son inconstantes. Tienen dificultades para tener más de un amigo a la vez: “Ya no me quiero llevar contigo, ahora prefiero a…”.

Con el paso del tiempo, las aficiones se hacen más estables y los vínculos se vuelven más fuertes y duraderos.

Los niños desarrollan la necesidad de establecer una relación estrecha, se encariñan, tratan de estar juntos siempre que pueden, se apoyan mutuamente, disfrutan de su compañía y sufren cuando se disgustan entre sí.

En la preadolescencia, entre los nueve y diez años, los niños y niñas empiezan a tener mejores amigos

Con estos amigos los niños comparten secretos y se dan información que nadie más conoce. Esto le da a la relación un encanto y una alegría que hace mucho bien al niño.

Su mejor amigo lo acompaña, está dispuesto a prestarle sus cosas, se interesa por su bienestar, es leal, servicial, no lo acusa y puede confiar en él.

El mejor amigo, con sus conflictos, emociones y alegrías, es parte fundamental del desarrollo del niño y lo prepara para sus relaciones de adolescente y para la intimidad adulta con los amigos y la pareja.

Pero el niño no sólo tiene amigos, también forma parte de grupos

A partir de la edad en que entra a la escuela primaria, los juegos del niño se vuelven más estructurados y requieren más participantes.

Tiene que haber perseguidores y perseguidos, buenos y malos, pilotos y pasajeros.

En este momento, el juego grupal es una experiencia de participación muy poderosa y llena de sentido.

Ser miembro de un grupo le da al niño una sensación de pertenencia y lo hace sentir seguro y aceptado

Al inicio de la etapa escolar, los niños forman grupos con objetivos poco claros y con miembros que cambian continuamente, pero a partir de los nueve o diez años, los grupos se vuelven más estructurados y permanentes, y aparecen las pandillas.

Los miembros son generalmente del mismo sexo y dejan fuera intencionalmente a los del sexo contrario.

Inventan requisitos especiales para pertenecer; tienen que pasar pruebas para ser aceptados; establecen reglamentos y mantienen normas morales estrictas.

Ante todo, les preocupa el sentido de justicia.

En esta edad los niños se comprometen y se identifican con sus compañeros de una manera muy intensa.

Empiezan a descubrir en su experiencia el sentido del “nosotros”, pero al mismo tiempo que adquieren una identidad con su grupo, detectan las diferencias de los que no son parte de él.

Pertenecer a una pandilla los hace enfrentarse con otros grupos. Es común que se organicen verdaderas guerras en las que se vale casi todo.

Los grupos ejercen una presión muy fuerte en los niños

La influencia del grupo por lo general es positiva y motiva al niño a realizar actividades interesantes, divertidas y generosas.

Sin embargo, a veces lo obliga a comportamientos con los que no siempre se siente tranquilo ni cómodo, y el niño los acepta porque necesita pertenecer y ser aceptado.

En grupo, los niños llegan a ser tan crueles o irresponsables como no se les ocurriría ni podrían serlo en forma individual.

Los padres tenemos que dar a nuestro hijo la libertad de experimentar libremente la amistad, y al mismo tiempo, sabiendo que aún es influenciable y absorbe con facilidad ideas y valores de su entorno, vigilar su seguridad, estar al tanto de quiénes son sus compañeros, qué es lo que hace con ellos, y sobre todo, fortalecer su personalidad y su capacidad de juicio.

Los padres debemos trabajar intensamente en la autoestima de nuestro hijo para prevenir que se sienta indefenso ante la presión del grupo

Un niño seguro y satisfecho puede ser firme, defender sus convicciones y atreverse a decir “no”, si considera que algo es inapropiado.

Y podrá decir “no” si ha aprendido a hacerse responsable de sus actos y a tomar decisiones, si no le hemos exigido una obediencia absoluta y le hemos demostrado confianza y aceptación.

Sin embargo, cuando el niño empieza a formar parte de un grupo no conveniente, es necesario marcar límites

Si su seguridad está en riesgo, hemos de decirle directamente que no puede reunirse con ciertos niños: “Lo siento mucho, pero no tienes permiso de ir a casa de Diego, porque no se sabe cuidar ni sabe cuidar a sus amigos”.

Es muy probable que el niño se rebele y alegue que él tiene el derecho de juntarse con quien se le antoje.

Una posible respuesta sería: “Entiendo que esto te moleste, pero hay ciertas cosas que te pueden causar daño y que voy a tratar de evitar”.

Esto le muestra al niño nuestra firmeza y autoridad, y al mismo tiempo nuestro amor por él y nuestra preocupación por su bienestar.

Al hablar de los amigos o miembros del grupo de nuestro hijo, debemos tener cuidado de no denigrarlos ni criticarlos

El niño está identificado con sus amigos, hagan lo que hagan.

Lo que nos corresponde es explicar las razones por las que es inconveniente una determinada conducta, sin calificar al amigo o amiga que la llevó a cabo: “Qué lástima que Lupita y Arturo decidieran robar en la tienda, eso perjudica a otros y puede ocasionarles a ellos problemas serios”.

De esta manera separamos la conducta de la persona y no agredimos a los amigos que él aprecia.

Es importante tratar de permanecer siempre del lado de nuestro hijo independientemente de su conducta: “El que tú y tus amigos arrojaran piedras a la ventana del Señor López le ha causado muchos trastornos.

Entiendo que es difícil no hacerlo cuando todos los demás están metidos en eso de romper vidrios, pero, ¿puedes pensar en alguna forma de decirle a tus amigos que no quieres hacer algo, cuando ellos te están presionando? ¿Qué crees que deberías hacer ahora, respecto al señor López?

Me parece adecuado que estés dispuesto a disculparte. ¿Piensas que hay otra manera de que el grupo compense el daño? ¿Quieres que te ayude en algo?”

El niño tiene que resolver un problema complejo: asumir con responsabilidad las consecuencias de su comportamiento, demostrar su lealtad a los amigos y asegurar su pertenencia al grupo.

Conocer a los padres de los amigos de nuestro hijo nos da una idea de cuáles son los valores y las reglas de las otras familias

Esto nos ofrece además la oportunidad de llegar a acuerdos para fijar límites y permisos a todos los niños del grupo y descalificar frases como: “A Juanita sí le dan permiso…”, porque sabemos que a Juanita no le dan permiso.

La costumbre de llevar y recoger a nuestro hijo de los lugares donde se reúne con sus amigos, le hace sentirse cuidado y nos permite conocer los ambientes en los que participa.

También podemos promover la participación del niño en grupos que realizan actividades positivas

Los niños que se proponen metas y objetivos valiosos y que han sido animados por sus padres para conseguirlos, tienen menos probabilidades de verse involucrados en compor-tamientos que puedan poner en riesgo su seguridad y su salud.

Al niño le toma mucho tiempo aprender a expresar y manejar sus emociones adecuadamente, y en el camino es normal que se den pleitos y conflictos, seguidos de reconciliaciones

A los seis o siete años niños y niñas todavía responden con manazos y jaloneos si se sienten molestos o frustrados, y lloran fácilmente por las agresiones de sus compañeros.

Con el crecimiento, disminuyen los golpes y aumenta la agresión verbal, sobre todo entre las niñas.

Pueden usar palabras ofensivas, criticar o ignorar a algún compañero o compañera para hacerlos sentir excluidos.

A menos que sean demasiado frecuentes o les causen angustia, no hay que preocuparse demasiado por las peleas de los niños.

Es recomendable evitar involucrarnos directamente en el problema de nuestro hijo y enseñarle a resolver los conflictos buscando acuerdos, sin agredir ni lastimar.

Todos los niños tienen dificultades con sus amigos de vez en cuando, pero cuando la situación de rechazo se hace permanente, puede trastornar la vida de un niño y hacerla desdichada

La señal de que existe un verdadero problema es que el niño sufre y se angustia por estar solo. Los amigos son un apoyo importante para su autoestima.

Un niño sin amigos se siente triste y pierde confianza en sí mismo aun cuando tenga logros en otros campos.

A pesar de sus esfuerzos por formar parte de un grupo, el niño puede ser rechazado si no tiene las habilidades necesarias para relacionarse adecuadamente: si es agresivo verbal o físicamente, si molesta a los demás, si desorganiza o interrumpe los juegos, o si se muestra demasiado débil o inseguro.

Quedar aislado del grupo o ser rechazado por los amigos puede ser una de las experiencias más dolorosas de la niñez

Las consecuencias emocionales del aislamiento pueden ser graves y duraderas.

Los niños rechazados necesitan ayuda, pues si no solucionan la situación, pueden volverse aún más introvertidos, o bien, agresivos y desmedidamente competitivos.

¿Qué podemos hacer los padres para ayudar a nuestro hijo a hacer amigos?

Los padres tenemos poco que hacer directamente en estas situaciones, pero sí podemos ayudar a nuestro hijo a superar sus dificultades de relación.

Tal vez nos resulte útil probar algunas de las siguientes recomendaciones:

Mantenernos cerca de él, escucharlo, tratar de comprenderlo y hacerle sentir que cuenta con nosotros; averiguar las causas de su aislamiento a través de lo que él mismo nos diga y hablando con su maestro.

Tratar de no sobreprotegerlo ni exigirle demasiado; el niño necesita tener encuentros sociales, pero no debemos forzarlo a vivir situaciones muy difíciles, pues eso le impedirá superarlas.

Reforzar su autoestima es fundamental; crear condiciones para que él adquiera seguridad y confianza; animarlo y darle apoyo para desarrollar las habilidades para las que tenga más facilidad y ayudarlo a distinguirse en algo especial.

Así conseguirá sentirse más seguro y logrará el respeto, primero de sí mismo, y luego de sus compañeros.

En el segundo capítulo del apartado Aprender a ser (pág. 103) se dan algunas sugerencias para fortalecer su autoestima.

Enseñarle a desarrollar las capacidades de convivencia necesarias para funcionar adecuadamente en un grupo: ser honesto en el juego, participar con entusiasmo en las actividades comunes, proporcionar atención, cuidados y afecto a sus compañeros, así como apoyarlos en sus problemas.

Tenemos que utilizar todos los recursos a nuestro alcance para enseñar a nuestro hijo a expresar sus sentimientos de una manera clara y adecuada, a relacionarse sin agredir ni perjudicar a otros.

Hacerle ver que en lugar de competir: “A que salto más alto que tú”, “Seguro te gano en las canicas” o “Yo tengo un avión más grande que el tuyo”, puede acercarse al otro niño con suavidad, observarlo y percibir cómo se siente en ese momento:

“Qué buen salto, casi llegas a los tres metros” “Me gustaría jugar contigo a las canicas” “Qué divertido es volar aviones”.

Ayudarle a manifestar abiertamente su simpatía y afecto por los amigos; hacerle saber que disfruta de su compañía, comentar lo que le resulte interesante o divertido y dar muestras de afecto como una palmada o un chocar de manos.

Invitarlo a practicar en familia las habilidades para escuchar, poner atención a lo que dice el otro, no hacer otra cosa mientras le habla, mostrar que comprende los sentimientos de su compañero.

En el capítulo III de este apartado (pág. 13) se ofrecen sugerencias para aprender a escuchar.

Practicar con él la resolución de conflictos; seguir juntos los pasos necesarios y procurar que esto se vuelva un hábito natural en todas sus relaciones, de modo que logre resolver sus desacuerdos y defender sus derechos respetando los de los demás.

El capítulo V de este apartado (pág. 23) sugiere formas de solucionar problemas y conflictos.

Ayudarle a desarrollar su capacidad de conversar; hablar de todo lo que interese a los miembros de la familia: ideas, sentimientos, experiencias, problemas, logros, sueños y metas.

Es necesario encontrar tiempo para platicar con él: en la comida, al irse a dormir, mientras viajamos de un sitio a otro.

Es recomendable propiciar pláticas interesantes en familia y con otras personas, fomentar lecturas y experiencias valiosas que le den temas de conversación.

Propiciar situaciones que favorezcan la convivencia con otros niños fuera de la escuela y que lo hagan sentir útil es conveniente dar a nuestros hijos oportunidades de establecer una red de relaciones amplia y de compartir diferentes actividades con otros chicos.

Podría ser participar en un equipo deportivo, en las fiestas tradicionales de la comunidad, en actividades de protección a la naturaleza, así como realizar acciones que beneficien a otros como escuchar, consolar, proteger, apoyar, compartir, cooperar y dar.

Sin forzarlo ni exigirle, vamos fomentando en el niño un interés sincero por otras personas y un aprendizaje de las habilidades sociales.

Dar ejemplo; hacerle ver cómo nos integramos en un grupo de amigos, en un equipo deportivo o en la asociación de padres de familia de la escuela.

Si es posible, participar en grupos en los que convivan padres e hijos, ya sea dentro de la escuela o en otras instituciones.

La forma en que nos relacionamos es un modelo para el niño. Por eso, es conveniente invitarlo a participar en algunos encuentros con nuestros amigos para que se dé cuenta del afecto que les tenemos.

En esas ocasiones podremos enseñarle cómo hacer sentir bien a otras personas, cómo comportarse en un conflicto, cómo aceptar las críticas o cómo apoyar a quien lo necesita.

Procurar que el ambiente en el hogar sea afectuoso y acogedor; a los amigos de nuestro niño les gustará visitar nuestra casa si se sienten bienvenidos, libres y en confianza, si son tratados con respeto y generosidad.

Si el sufrimiento del niño ante el rechazo es muy intenso y no logra superar su dificultad para relacionarse, es necesario buscar ayuda profesional

Poner en práctica estas sugerencias puede ayudar a nuestro hijo, pero hay que tener en cuenta que la responsabilidad de encontrar y hacer amigos es del niño, que la amistad es su decisión.

Pruebe algunas de las siguientes recomendaciones

– Fomente la relación de su hijo con otros niños.

– No trate de ser un amigo más para su hijo. Usted tiene otro papel.

– No intervenga en la relación de su hijo con otros niños, pero esté al tanto de quiénes son y qué hace con ellos.

– Conozca a los amigos de su hijo y anímelo a invitarlos a casa. Procure que se sientan bienvenidos y en confianza.

– No se preocupe demasiado por las peleas de su hijo, a menos que sean demasiado frecuentes o le causen angustia.

– Esté atento a la calidad de las relaciones de su niño, observe si tiene problemas serios para hacer amigos y averigüe las causas de su aislamiento.

– Utilice todos los recursos a su alcance para enseñarle a manejar sus sentimientos, a ser sensible a las necesidades de otras personas y a solucionar conflictos.

– Propicie pláticas interesantes en familia, fomente lecturas y experiencias que le den temas de conversación.

– Ponga todo su empeño en el fortalecimiento de la autoestima de su hijo.

– Déle oportunidades de compartir diferentes actividades con otros niños fuera de la escuela y de realizar acciones que beneficien a otros.

– Muéstrele qué tan valiosa es para usted la amistad. Permita que participe en algunos encuentros con sus amigos y que se dé cuenta del afecto que les tiene.

– Marque límites con firmeza cuando el niño se vincule a un grupo problemático. Demuéstrele que se interesa por su seguridad y bienestar.

– Si su hijo participó en algún hecho inapropiado, ayúdelo a reflexionar y a buscar una compensación a lo que hizo.

– Platique con él sobre los principios y valores importantes para él. Hágalo pensar si vale la pena abandonarlos por seguir los deseos de alguien más.

– No critique ni califique a los amigos de su hijo. Sólo explique las razones por las que es incorrecto su comportamiento.

– Conozca a los padres de los amigos de su hijo. Lleguen a acuerdos para fijarles límites y permisos.

Fuente: Guía para padres de la Consejería de Educación y Cultura del gobierno de Extremadura