La escuela veneciana

Venecia resulta un ejemplo muy especial dentro del arte renacentista, en parte debido a su carácter diferenciado del resto de Italia, su poderío económico, y sus extensas relaciones con otras culturas lejanas, especialmente orientales. Marco

Polo era veneciano, y ya en el siglo XIV se establecieron relaciones comerciales con la China Yuan, que se prolongaron también a lo largo de la Dinastía Ming, con el consiguiente enriquecimiento en objetos exóticos, pinturas, diseños, inventos y avances científicos.

A través de las rutas hacia Oriente también tuvieron contacto ocasional con la India y, por supuesto, con los restos del Imperio bizantino, presto a caer en manos sarracenas. Cuando este hecho se produjo, Venecia supo mantener las buenas relaciones con los turcos, para de esta forma conservar las rutas de la seda abiertas para sus barcos y caravanas.

A mediados del siglo XV se dejaban sentir con fuerza los vientos de la renovación intelectual del Quattrocento y Venecia se apuntó a su manera al tren del cambio. A fines del XV se traza un concreto plan de renovación exterior de la ciudad por parte de las poderosas familias que se alternaban en el poder.

La renovación estaba centrada en el núcleo de San Marcos y se prodigó en una remodelación de espíritu escenográfico o teatral de las fachadas: se iluminaron con un estilo gótico heterodoxo, pintoresco, lleno de colores gracias a materiales policromos como los ladrillos, cerámicas y mármoles.

Al tiempo, se asimilan superficialmente las innovaciones quattrocentistas adaptando sobre las fachadas modelos decorativos de grutescos y molduras geométricas. En pintura el efecto fue similar en principio, pero la renovación terminó por ser mucho más profunda que en arquitectura. Las relaciones con

Constantinopla introdujeron formas muy recargadas, decorativas, con escenas de la vida urbana, populosa y tendente a lo anecdótico.

En estas escenas era frecuente observar personajes vestidos a la musulmana o retratos de los sultanes junto a los de gobernantes venecianos, plasmados con extrema riqueza en los vestidos y adornos personales.

En la renovación de estas iconografías de representación del poder jugó un papel destacado Giovanni Bellini. Los venecianos se van a caracterizar por su luminosidad y colorido; para ellos, el espacio ha de estar conformado precisamente por luz y color, que asocian con lo sensual, frente a otras.

Escuelas que prefieren el dibujo y lo intelectual, aunque siempre pueden combinarse ambos conceptos como hizo Antonello da Messina en la imagen de San Jerónimo en su estudio. Típico también de la Escuela veneciana es el paisaje.

Son los primeros en tratarlo de forma naturalista, aunque nunca tomándolo directamente del natural, sino a modo de recreación de la Arcadia ideal. Es en estos puntos donde ofrecen el contraste, teñido de rivalidad, a la Escuela romana.

En pintura religiosa resultan más arcaicos en sus modelos y todavía siguen volcados en las palas de altar, inmensos lienzos que se colocaban tras el altar, con una imagen o escena edificante. La pintura de tipo profano es sin duda la más interesante.

A los magníficos retratos se suman los ciclos al fresco que propiciaban las scuolas: instituciones benéficas que se mantenían gracias al aporte de los socios, que solían buscarse entre los personajes más prestigiosos de la ciudad.

Las scuolas eran símbolo de prestigio y sus partícipes trataban de convertirlas en las mejores, encargando su decoración a los pintores más codiciados: son famosos los frescos de Carpaccio o Tintoretto. Ejemplo de ello son los cuadros de Veronés, Giorgione y Tiziano.

El Lavatorio de Tintoretto es la imagen que acompaña a estas líneas y constituye una muestra claramente representativa de las tendencias de esta Escuela veneciana.

Fuente: Apuntes Historia del Arte del Renacimiento al Siglo XVII